En esto apareci≤ el enemigo por la ancha calleja por donde habφa venido Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una romerφa que se trasladara de un punto a otro. Provocaci≤n como ella no se conocφa en la historia del odio ítradicional entre ambos pueblos. Uno a uno, tres a tres, ocho a ocho, hasta doce a doce, se habφan pegado infinidad de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allφ, en Rinconeda y en todas las romerφas en que se hablan encontrado, porque eso era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo, con premeditaci≤n y a sangre frφa, pasaba con mucho la raya de todas las previsiones.
Venφan delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, y traφan en medio a Chisc≤n con ramos en el sombrero y en los ojales de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa. Parecφa un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano. Esto ya era dato para creer que la funci≤n era de desagravio, y en honor del HΘrcules de Rinconeda. El cual traφa un palo, de los de pegar, debajo del brazo: otro dato; y tambiΘn lo era el verse algunos garrotes mßs entre la turba, toda de gente moza, que seguφa a la primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijΘralo el mßs lerdo. Pero se not≤ que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa y no todos los hombres eran igualmente temibles; se ech≤ una ojeada al corro de bolos y al campo de la iglesia, y se vio que, llegado el caso, podφa librarse la batalla con buen Θxito. Por supuesto que las mozas de Cumbrales, al ver la actitud provocativa de las de Rinconeda, no acababan de hacerse cruces con los dedos. "íMosconazas!... íTarasconas!..." íC≤mo las ponφan entre cruz y cruz! Pero lo que acab≤ de elevar la indignaci≤n a su colmo fue ver al Sevillano entre los invasores... Con ellos venφa el Qppas, el don Julißn de Cumbrales!
